Si solo tuviera que basarme en el nombre de este lugar para puntuarlo, se llevaría las cinco estrellas de calle. Siempre he sido un fan total de las sesiones golfas, e incluso de su nombre propio. Cuando era pequeño creía que las sesiones golfas eran aún más atractivas de lo que son, por motivos evidentes. A día de hoy, todavía disfruto con una buena sesión cinematográfica a altas horas de la madrugada. Un placer que merece la pena no perderse. Por eso me encanta el nombre de este sitio, que ha abierto hace escasas semanas en la calle de San Vicente Ferrer, cerca de una encrucijada donde hay bastantes bares de copas(el Freeway, el Penta, el Tupperware…) y por la que se mueve bastante gente. Bastante gente que una vez que sale de estos sitios, todo sea dicho, tiene un hambre de mil demonios en una ciudad en la que comer a deshoras se convierte en poco menos que una agonía. Así que he celebrado la apertura de este lugar, que se suma al cercano Bocata VIP y a un sitio de bocadillos y burritos que hay un poco más adelante, que también abre a horas intempestivas. Parece que, por fin, alguien se ha dado cuenta de los efectos beneficiosos, qué beneficiosos, BENEFICIOSÍSIMOS de «la recena»(a.k.a. cenar por segunda vez después de haber cenado) en los cuerpos ebrios de los jovenzuelos que salen por Malasaña a castigarse el hígado. ¿Y qué beneficios son esos? Pues claramente, y como todo el mundo sabe, ingerir grasa en cantidades industriales antes de irse a la cama es la mejor manera de combatir una absurda resaca al día siguiente. Así que ya sabes: si andas por la zona con más hambre que el perro de un ciego, este es un buen sitio para que te acerques a acallar a tu estómago. Tienen croissants rellenos, focaccias, bocadillos y pan de aceitunas. Los precios varían en función de los ingredientes de cada producto, pero se mueven entre los dos y los cinco euros, y la chica es majísima. Tan maja que nos regaló un croissant relleno de chocolate y crema pastelera a modo de postre que se nos cayó el alma al suelo de lo buenísimo que estaba. No es alta cocina, aviso. Es un bocadillo normal y corriente de toda la vida, para comer en un pequeño espacio o en la calle. Pero está caliente, está recién hecho y entona el cuerpo para volver de camino a casa, hacer un receso en una noche llena de alcohol o, simplemente, matar la gula a las horas en las que terminan las sesiones golfas de los cines de la capital. Por cierto, si vais no dejéis de tocarle el ala al pollo para que baile y para que cante. Es la monda.