A este bar nada más que he ido en una pero al mismo tiempo inolvidable ocasión. Había quedado con alguien que hacía mucho tiempo que no veía, algo parecido a un reencuentro o a un encuentro por primera vez, no lo sé. El caso es que yo, por fin, me había armado de valor y estaba decidido a dejar las cosas claras acerca de mis intenciones. Imagino que se estarán dando cuenta de por donde van los tiros. La cita fue en la Plaza Nueva por aquello de que es un sitio céntrico y punto estratégico. Yo, completamente seguro y convencido de mi discurso, esperaba andando de farola a farola y viceversa. Con todo el diálogo perfectamente elaborado y cien veces ensayado conmigo mismo(error que no dejo de cometer, las cosas de dos son de dos). Como no decir, que estaba nervioso como un flan, el pensar que no me debería poner nervioso solo hacia fomentar mi inquietud y con ello mi habitual inseguridad. Pasados diez minutos del horario fijado para la cita la otra parte hizo aparición en la escena. Mi desarme fue de tal calibre tal al contemplar su imagen que todo lo pensado y elaborado durante meses e incluso años se fue al suelo por no decir al carajo. No se si se me notó en la cara, pero yo, por dentro, sentí el derrumbe más acojonante del mundo, como si me deshiciera. En el primer contacto, alegría. «Que tal?», «Que ganas tenía de verte», «Cuanto tiempo». Frialdad y corrección en definitiva. Yo, más nervioso, bastante más nervioso que la otra parte, fui quien tomo la iniciativa de tomar algo. Embocamos la corta calle de Barcelona y nos sentamos en la terraza del bar Regio en esa fría noche de Noviembre. Sin pensarlo, sin más, el primer sitio con terraza para fumar y que sirviesen cerveza. Una dulce casualidad que me hará no olvidar mientras me dure la memoria al bar Regio. El sitio es lo de menos, es un bar de la esquina como cualquier otro, tan antiguo que no tiene ni siquiera baño de mujeres. En aquellas sillas metálicas, frente a frente y pitillo tras pitillo hice de tripas corazón y me tiré a la piscina, comunique sin más trabas aquello que durante tanto tiempo había llevado metido en el pecho. Fue como pasar por la lavadora. En este bar cualquiera, hice una verdadera declaración de intenciones no sin antes dar veinte mil vueltas hablando de cosas absurdas y sin sentido hasta llegar al meollo. Como entenderán, ese meollo es privado y asi es como debe seguir siendo. Lo único cierto es que la imagen de este bar de la esquina, queda guardado junto al meollo, en ese sitio al que nadie más que dos llegan.