Un ambiente acogedor para este restaurante que combina cocina netamente local con especialidades francesas livianas, fruto de la inventiva de una cocinera satisfecha de presentar lo mejor de cada casa(o de cada cocina) y que no ve controversia entre su gastronomía de origen y la de destino. Su marido se encarga de las formas y las maneras y vigila por el acogedor ambiente de este local recóndito pero amplio y con una decoración sencilla delegada básicamente a la luz intimista. Se cena estupendamente, sobre todo se degustan formidablemente los platos de pescado con salsas sutiles(pero francesas) y alguna especialidad de influencia argelina. También hay que prestar atención a los postres, cuyo mero descubrimiento en la carta hace salivar. Sales a unos 30 €, el establecimiento nunca se satura de bullicio(ni de clientela) y es una opción tranquila para comenzar la noche en el barrio.