IVAC

Mi sitio preferido para ver los clásicos del cine. Con ciclos durante todo el año.Ideal para descubrir joyas del cine europeo. A buen precio, claro!

Para mi es un referente en la ciudad.
Películas en versión original, de todas las épocas y a precios buenos. Puedes descubrir maravillas.
Eso sí, hay que ir pronto para conseguir entradas, se forma una cola enorme.

Cola para entrar. Te sientes afortunado porque quedan localidades. Ocupas tu butaca. Se cierra la puerta y no se permite la entrada empezada la proyección. Silencio y respeto a lo que se proyecta. Nada de ruidos, cuchicheos o palomitas. Versión original. En la pantalla, o grandes clásicos o revelaciones sobre distintas sensibilidades, estilos y lenguajes cinematográficos. Buen cine, en todo caso. Y todo eso a un precio ridículo.
¿Se puede mejorar?

Muy recomendado

Aunque la sede de la Filmoteca esté ubicada en la Plaza del Ayuntamiento, un pedacito de ella se encuentra en la zona de Facultats. Concretamente su servicio de videoteca, que se ha desplazado hasta allí para hacerlo más accesible a los estudiantes y docentes de la zona. Las condiciones de préstamo son un poco especiales ya que varían dependiendo del colectivo al que se pertenezca (estudiantes, asociaciones, etc.), pero se pueden tanto llevar a casa como visionar allí ya que tienen unas cabinas individualizadas muy apañadas y cómodas.
La verdad que esto es una joyita en bruto para todos los amantes del séptimo arte. Tiene un fondo documental de 17.000 títulos (el catálogo se puede consultar online) entre los que se encuentran una amplísima muestra de películas de toda la historia del cine, de todos los géneros y países. Además, también disponen de todas las películas restauradas y financiadas por el IVAC así como documentales y producciones más minoritarias. En definitiva, mucho cine y al alcance de todos.

La primera vez que fui a este cine, aún en tiempos de la peseta, me quedé durmiendo. Después de todo un intenso día de trabajo pretendía tragarme El Quijote de Welles, en unos incómodos asientos.
Con los años está sala ha mejorado impresionantemente. Sin bajar el listón en su programación, tanto el sonido, como las butacas y otros detalles menores han sido reemplazados, convirtiendo la sala en un sitio de primera.
Mantienen un precio ultra barato y eso se nota en las colas que se montan en la entrada. Hace poco intenté ir a ver una película muda acompañada de música en directo y la cola, literalmente, giraba por la esquina. Al final tuvo que salir una trabajadora de la filmoteca para avisar de que no quedaban entradas. Menudo revuelo se armó…
Hay que estar muy al tanto con la programación porque echan peliculones y a veces con pocos pases. Y si eres de los que se quedó sin ver películas míticas en pantalla grande, es tu oportunidad de disfrutarlas ahora.
En algunos ciclos especializados es normal que haya un pequeño coloquio antes o después de la película. En concreto, la última vez que fui a ver Terciopelo Azul de Lynch estuvo genial. Se notaba que quien presentaba la película entendía del tema y era un admirador.
Al salir de la sesión te recomiendo que bajes por las escaleras y vayas asomándote por todas las ventanas, que hay unas vistas muy chulas de la Plaza del Ayuntamiento.
En la planta baja hay una gran cafetería que puede ser perfecta como punto de encuentro con los amigos y tomar algo antes de subir a ver la peli.

Mario tenía 20 años y éste era su primer año de universitario. No sabía muy bien qué hacer con su futuro y no pensó en éste cuando se metió a estudiar Historia del Arte. Tras todo un cuatrimestre con unas notas malísimas, lo único que realmente estaba sacando en claro era el grupo de amigos que había hecho. Pocos, pero buenos. Y, sobretodo, Sara. Sara le encantaba. Al principio le había parecido un poco rara, diferente. Luego poco a poco se había ido enganchando a su sentido del humor, a su manera de vestir, a su música. Poco a poco se había ido enganchando a ella.
Se convirtió en su mejor amiga, era como su otra mitad dentro de clase. Se complementaban perfectamente.
Un día Sara propuso ir a la filmoteca. Como moderno de pega que era, Mario pensó que eso de ir a la filmoteca era un poco de friki. Incluso su cabecita le dio para pensar que la gente iba ahí más que para ver la película, para aparentar ser un intelectualillo viendo películas en blanco y negro y leyendo subtítulos. Sin embargo, no se negó a ir.
Llegó el día de la peli. Se sorprendió cuando vio que solamente irían Sara y él. Ella le contó que en principio la gente dijo que sí, pero luego se fueron echando atrás. Se sentaron bastante atrás porque había una gran cantidad de gente. El film era de un tal Godard, del cual había escuchado hablar muy de lejos, pero jamás había visto una película suya.
Se apagó la luz y Mario se dispuso a simular interés. Aunque a los pocos minutos se vio inmerso en la trama de una chica, cuya tristeza recordaba a la de Sara, que decidía vivir su vida a su aire, aunque para ello tuviera que terminar prostituyéndose.
Se emocionó de tal manera que le costó unos minutos darse cuenta que Sara le había cogido la mano y que él se la estaba acariciando con el pulgar. A partir de entonces, sólo deseó que terminase la proyección, porque sabía que cuando salieran los títulos de crédito él la besaría.

La Filmoteca de València para mi formación cinematográfica fue fundamental. La descubrí cuando estaba en el instituto y jamás podré olvidar la primera película que vi en la sala Juan Piqueras (hoy reformada y rebautizada en honor del fallecido maestro Berlanga): «Domicilio conyugal», el cuarto episodio de «Las aventuras de Antoine Doinel» de François Truffaut, cómo siempre, protagonizado por mi actor favorito, Jean-​Pierre Léaud. Sólo puedo decir que cuando se encendieron las luces tras la proyección, dio comienzo mi historia de amor con aquel lugar maravilloso. Me resulta imposible contar el número de veces que me escapé de las clases para devorar películas y películas de los más diversos autores. A veces iba solo y otras con mi tío, viejo asiduo de los cines de arte y ensayo, y la persona que me inculcó el profundo amor y respeto que siento por el séptimo arte. Sentado en la butaca, antes del comienzo de la sesión, señalaba en la programación las piezas que no me quería perder, mientras observaba los familiares rostros habituales. En infinidad de oportunidades me quedé a las tres sesiones, perdiéndome en cada una en la mágica pantalla. Gracias a la Filmoteca pude ver obras de cineastas sobre los que había leído mucho pero que no podían encontrarse en ninguna parte. Así, devoré films de Godard, Ford, Kurosawa, Murnau, Marker, Imamura o Wajda. Pero si tengo que quedarme con sólo una proyección de las muchas a las que asistí en aquellos tiempos, creo que sin dudarlo me decantaré por la sensacional velada, con música en directo, de «La pasión de Juana de Arco» de Carl T. Dreyer, que compartí con mi tío. Si habéis tenido la ocasión de ver esta película creo que me entenderéis, imaginaos pues la experiencia de ver una copia restaurada con el piano acompañando a las bellísimas imágenes proyectadas en la gran pantalla.
Han pasado los años y sigo acudiendo a la FIlmoteca con idéntica emoción y únicamente puedo afirmar que me siento muy dichoso de que forme parte de mi vida.

Año 2046. Interior de una tienda de coleccionismo. Escasos y canosos cabellos cubren mi cabeza. Empieza a sonar una canción. Me parece reconocerla y sin darme cuenta me pongo a llorar.
La canción es la que suena siempre en La Filmoteca del IVAC (Institut Valencià de l’Audiovisual i la Cinematografia) antes de que empiece la proyección. Sé que algún día, cuando la vida me haya llevado por otros caminos, recordaré con mucho cariño los ratos que paso en La Filmoteca. Allí te envuelve el amor por el cine, desde que pagas la mínima entrada (1,5 euros la ordinaria, 1 euro si dispones de algún descuento) hasta que la sala (a menudo llena) enmudece para ver la película; mientras subes las escaleras (se te ha escapado el ascensor) viendo proyectores antiguos y cuando, con espíritu también de otra época, alguien arranca a aplaudir al acabar la ficción y aparecer los créditos.
La Filmoteca te proporciona dos placeres al cinéfilo: uno, enfrentarte por vez primera a películas desconocidas (pam, el pasado mayo me descubren a mi nuevo director favorito y encima le hacen una retrospectiva completa); el otro, ver por fin en la religiosa oscuridad de una sala de cine (de gran calidad tras la reforma de hace tres años) los clásicos que has amado y memorizado en VHS o DVD. Y siempre, antes, suena la misma canción.