Farmacia Isabel Fazanes Gutiérrez

Hay una cosa que, desde pequeño, siempre me ha fascinado de las farmacias: su olor. Me flipa ese olor aséptico que suelen tener, tan característico cuando entras. Años ha, también me alucinaba ese momento en el que, cuando comprabas una medicina, el farmacéutico o la farmacéutica sacaba el código de barras, lo pegaba en la receta, etc. Me parecía todo un proceso, y me encantaba jugar a las farmacias.
El tiempo ha ido pasando, y poco a poco el sistema ha ido mejorando (aunque bastante poco para lo que debería ser ya, que se sigue gastando papel a espuertas de una forma un tanto inútil). Pero esto ya es cosa más de la Seguridad Social que de la propia farmacia.
Esta farmacia me pilla, literalmente, a la vuelta de la esquina, así que suele ser donde paro generalmente para cualquier cosa que tengo que comprar. Y me gusta porque la farmacéutica es muy maja, y es de esas que te aconseja: «no te lleves parches para las calenturas, mejor el Zovirax de toda la vida»; o «si quieres algo para dormir en un vuelo ten ojo con la Dormidina, que a veces la gente se queja de que les deja un poco atolondrados de más…»
La verdad es que a mí me gusta, porque se nota que sabe perfectamente lo que vende, y eso da mucha seguridad.