Vírgen de Luján

Una noche de feria puede terminar de mil maneras distintas, pero esta es siempre una garantía: unos churros con chocolate a altas horas de la noche.
Y es que por encima de todo esta chocolatería funciona a tope durante la semana que le plantan justo enfrente el real de la feria por el que no cesan de pasear personas durante el día y la noche.
El resto del año rebosa calma y eso es digno de agradecer, porque desayunar tranquilo es algo muy cotizado dentro de una una ciudad tan grande y tan poblada como es Sevilla.
Estas chocolaterias –ya que son una cadena-​, cuentan a día de hoy con una peculiaridad, y es que si vas a desayunar en grupo, con diez personas más, te regalan el undécimo desayuno, un curioso atractivo añadido a este local, al que hay que ir para probar posiblemente unos de los mejores churros con chocolate que puedan tomarse en Sevilla.

Son las y tantas. Estáis cansados. La feria da sus últimos coletazos. Enfrente. Justo enfrente. Se te caen los ojos, pestañeas cada vez con más asiduidad. La gente pasa, con las miradas fijas en el suelo, arrastrando el traje de flamenca o arrastrando el sueño. Te quitas los pendientes porque ya te pesan demasiado en el lóbulo de las orejas. Sólo quieres una cama, en cualquier esquina. «Mañana ya no vengo, mañana descanso» decís en algún momento, mientras esperáis los churros. «Yo tampoco» convienen los demás. Mañana no. Mañana hay que reposar los pies y las ganas. La conversación ya no fluye, el moño te aprieta en la nuca, la flor se cae de la horquilla, las pulseras son incómodas. Hay una eternidad de aquí a tu casa, aunque tu casa esté en Virgen de la Cinta. A estas horas, después del día, todo es eterno. Sobre todo, la espera.
Entonces, llegan los churros y el chocolate. Espeso. Su aroma. Los muerdes, en silencio. Igual que el resto. Famélicos, vais cortando trazos de la masa, mojándolos primero con impaciencia, luego más lentamente, cuando te empiezan a llenar. Y el calor del chocolate te da vida, ya hay algún que otro comentario, recuerdos del medio día, que parece lejano, recuerdos de hace dos horas, que parece también lejano. Comienzan las risas, entre churros, entre la gente. Pestañeas menos, carcajeas más. Pagáis la cuenta y miráis la feria. Enfrente. Sí. Justo enfrente.
-¿A qué hora mañana? –pregunta alguien
–Vamos a quedar sobre las dos, para comer, ¿no?
Y estáis todos de acuerdo. Mañana, a las y tantas, os sentaréis de nuevo en las sillas de metal de Virgen de Luján para quejaros de un cansancio que dura lo que tardan en digerirse unos churros.