M. Piñero

Estaba yo una mañana en la calle Japón, acompañando a un familiar a que le evaluasen el nivel de minusvalía. Pero esto es una historia de penas. Como no me dejaban entrar a las pruebas médicas, me fui a dar un paseo por la zona. Esta es la historia de cómo me tocó una quiniela de trece.
Como decía, iba dando un paseo por la calle Japón, y vi una tienda cuyo toldo ponía «prensa y revistas». Movido por la curiosidad y el tedio, a partes iguales, entré. Allí había, tras el mostrador, una pareja en actitud cariñosa (agarrados y dándose besitos, mal pensados). Después del susto que les dí, eché una ojeada a la tienda. Es una de esas tiendas que es difícil encasillarlas en un apartado concreto. En el mostrador de cristal, un montón de llaveros, de los que pude deducir, que o los dueños son muy sevillistas, o toda la clientela es bética, porque tenían una variedad tremenda (además de otros de otro estilo). En la inspección ocular vi también chucherías (poca variedad, pero lo fundamental) detrás de la pareja. Sobre el mostrador, una máquina pequeña de tabaco, a la derecha, una estantería con prensa, revistas y películas en DVD. A mi derecha, un expositor con multitud de boletos de lotería y la quiniela.
Un poco abochornado por haber interferido en los arrumacos, un poco por vergüenza torera (era viernes y teníà la quiniela desde el martes), decidí que no era mal momento para apoyarme en la repisa y rellenar un boleto. Así le daba la espalda a la parejita, y no podrían percibir que estaba igual de avergonzado que ellos. Tras rellenar el boleto, me dí la vuelta, y mis anfitriones ya estaban separados. De todas formas, ojeé la prensa y las revistas, para hacer un poco más de tiempo, y las películas (muy rebajadas), por si había algo que me interesase. Luego me encaminé al mostrador y sellé mi boleto. Salí a la calle y me llamaron por teléfono. Mi familiar había terminado, así que me fui hacia allá, y luego para casa.
Unos días después (el lunes concretamente), descubrí que la quiniela que había echado por pudor, tenía catorce signos acertados (pero sólo contabilizan trece, por haber fallado una de las de la columna). Lo que había sido una mera casualidad, se convirtió en una fuente de ingresos. Pocos, la verdad. Esa semana hubo muchísimos acertantes y sólo me correspondieron noventa euros… menos da una piedra.