Y yo que nunca me hubiese parado por aquí, si no lleba a ser porque me trajeron… Ahora me alegro bastante de que me descubriesen este lugar, el típico bar de barrio, con botijo para el agua y donde todo el mundo se conoce el nombre de los demás. Estuvimos a punto de no sentarnos, porque el calor era abrasador y el aire caliente. Dentro no tenían puesto el aire acondicionado y estar en la terraza era casi obligado. Al final, con una cervecita se nos calmó el calor, aunque las sillas de plástico no ayudaron. Lo mejor, sin duda, fueron las sabrosas tapillas que tuvimos el gusto de tomar. Salmorejo fresco y con buen sabor, tomate muy rico, unos curiosos rollitos de berenjena y, para colmo, el revuelto de gulas… Madre mía, qué barbaridad. Casi salimos rodando de allí. Además, el precio fue bastante asequible, para el gran grupo que fuimos. Si me pilla por allí, seguramente me vuelva a parar por este bar.