Tata

Lo único que me atrae de los bloques de vivienda que se construyeron hace unos diez años al final de la Vía Lusitana, a la altura de la Avenida de los Poblados, es la pastelería Tata y el piso de mi hermana (lo tiene muy mono, un poco al estilo hippie).
Son pisos de manzana cerrada, para que los niños no se escapen, con portero 24 horas. Se aleja del concepto de ciudad abierta que yo tengo. Pero dejemos el urbanismo.
Tata es una pastelería artesanal. Todo lo que se cuece en su horno está de categoría. Destaco sus milhojas rellenas de crema y sus palmeras de chocolate. Son una bomba.
Cuando voy de visita a casa de mi hermana, rara es la ocasión que no entro a comprarme una. A veces me presento en su casa de manera inesperada. Si no está, me paso por detrás del bloque, donde hay una zona de jardines a la que acuden los vecinos con perros a socializar (siempre con el can).
Allí está mi amigo Vicen con Lucaspipi, el único perro del mundo al que me gusta acariciar.
Como el Vicen es un palmerófilo, de un bocado me engulle media palmera, así que tengo que volver a Tata a por más dulces.
¡Ta, ta, tatatá, tatatatá,.TaTa!