Andaba a la búsqueda de un par de quinqués para el salón y estaba recorriendo, una vez más, casi todos los anticuarios y los puestecillos de El Rastro de arriba abajo. En uno de esos puestos que sacan las cosas de la tienda a la calle vi una boya de cristal bastante antigua a la que alguien le había conseguido meter una bombilla dentro. Me gustó, la compré. Así que le dije a la persona que me había atendido que iba a entrar a al tienda a ver qué más tenía –oye, nunca se sabe-. Entre cabeceros de cama –de madera y hierro– cuadros de todo tipo, cajas con piezas eléctricas, lámparas, sillas, sillones y una oscuridad que le proporciona el misterio de iglesia de pueblo, aparecieron dos quinqués de porcelana de principios de siglo. Llenos de polvo, sucios, pero bien conservados. Uno con asa aunque sin la tulipa y otro completo con su cordón incluído y la tulipa irregular –que es una de las cosas que determinan la edad de los mismos-. Los tengo en casa, son maravillosos. Y fueron realmente baratos. Todo lo que venden lo venden a su justo precio, incluso más barato de lo que uno podría pensar. Desde entonces no hay domingo de Rastro en el que no me pase por la tienda de Emilio y Tere. Son de Sanabria. Lo supe porque pregunté por un mapa de Puebla de Sanabria que parecía viejo y que tenían sobre la puerta. «No se vende» fue la respuesta, había ocupado un lugar destacado en le restaurante que años antes habían regentado y ahora sigue como testigo de aquella época y como recuerdo de la tierra de donde ellos vienen.