Un restaurante leonés escondido en el ensanche de Retiro, en una zona en la que parece que todos los locales de las calles paralelas a esa altura son restaurantes decorados por la misma persona. Un misterio para Iker, yo no pienso dedicarle más de dos ciclos del reloj de mi cerebro. Aunque por fuera me asustaba un poco porque no es lo que esperaba de un local de estas características, y por dentro me asustó otro poco porque seguía sin serlo y temí por nuestras vidas y nuestras carteras ante un nuevo ataque de «hemos abierto esto y no sabemos llevarlo», la comida me puso en mi sitio. De entrantes pedimos cecina, pulpo a la sanabresa, parrillada de verduras y bombones de morcilla con hojaldre; estaba todo bastante bien, aunque los bombones se llevaron la palma, y eso que las morcillas con las que estaban hechos no eran de arroz. De segundos pedimos varios solomillos con caramelo de vino tinto(entendiendo por«caramelo» un chorrito de sirope), unos secretos ibéricos, un rabo de toro(que abultaba más de lo que cundía), un estofado de venado bastante potente, y unos cocidos que tenían bastante buena pinta. A pesar de mis aparentes críticas negativas, estaba todo por encima de la media usual y me quejo por vicio(como también es usual). De postre compartimos un par de tartas de queso diferentes y una de plátano y galleta; eran todas industriales, pero dejáronse comer, así que poca queja. Creo que salimos todos bastante contentos, especialmente al pagar porque llevábamos una oferta de 50% sobre el precio de la carta, con lo que nos salió como un menú ligeramente caro de cualquier otro sitio. Si no hubiéramos tenido la oferta, hubíeramos pagado por lo que comimos, y eso no suele tener tanta gracia.