Siempre había tenido curiosidad por ir a un restaurante con estrellas Michelin y ésta ha sido mi primera vez. Este tipo de experiencias no son frecuentes para aquellos sin un alto poder adquisitivo, eso está claro, pero creo que merece la pena ir alguna vez, porque no es inalcanzable y, para quien aprecie esto de probar comida y restaurantes, estoy segura de que resultará, cuanto menos, interesante. Atrio cuenta con dos estrellas Michelin y gran fama gracias a la cocina de Toño Pérez y a la increíble bodega reunida por José Mª Castillo, que se ha convertido en motivo por el que importantes aficionados al vino viajan a Cáceres. De hecho, lo primero que pueden ver los clientes es la susodicha bodega, donde hay botellas de coleccionista de elevado valor, como una botella de la época de Napoleón valorada en 300.000 €. La carta de vinos, editada a modo de gordísimo catálogo de arte y también a la venta en el restaurante, es ya una referencia para expertos y aficionados. Obviamente, dejé que eligieran por mí, con el único requisito de que fuera de la zona. Se llamaba Carabar y estaba de muerte, aunque no me esperaba menos del sommelier, un joven muy serio y entregado a su trabajo. El restaurante es muy agradable y con una decoración moderna y cálida: maderas claras, cocina enorme con puerta de cristal, manteles blancos y una vajilla que me chifló. Junto a nuestra mesa, un carrito con toda la cubertería que íbamos a emplear aquella noche y que fue dispuesta al instante y de manera imperceptible. Es un hotel-restaurante situado en pleno centro histórico de Cáceres y el entorno contribuye también a lo fabuloso del lugar, tanto cuando entras como cuando sales de él, con todos los edificios de piedra iluminados y hasta un pavo real apoyado en un muro cercano. En cuanto a la comida en sí, puedes elegir entre el menú que recopila los mejores platos del restaurante hasta la fecha y el menú degustación 2015, que fue el que pedimos(129 €). Fueron 15 platos de los cuales me gustaron mucho algunos y otros no tanto, pero en general la impresión fue muy buena. Lo primero que comimos fueron unos macarons de caviar espectaculares, luego el mejor ravioli que he probado en mi vida, hecho con zanahoria y jengibre, seguido por un bloody mary de berberechos de caerse de espaldas y por unos falsos guisantes con jamón y wasabi que también me encantaron. Para continuar, elegí gambas, porque las ostras no me gustan y no me arrepentí de mi decisión: ¡ mamma mía, vaya gamba laminada ! servida además de una manera que me dejó un rato mirándola. Venía seguida de un capuchino de foie con setas que se mereció una reverencia. Luego llegaron la mejor cigala que he comido hasta la fecha y un carabinero diseccionado que también me puso los pelos de punta. Los platos principales fueron una lubina con curry que se deshacía en tu boca, un steak tartar que me pareció buenísimo y otro plato de carne que no me gustó tanto. El plato en sí era increíblemente bonito y parecía un trozo de campo extremeño, con musgo y rocío, pero la carne en sí perdía en comparación con los manjares anteriores. Los postres, aunque de estupenda presentación, tampoco me encantaron, pero eso es querencia personal, ya que no me suelen gustar los dulces tradicionales españoles y en este caso era una versión del queso con membrillo, con Torta del Casar, que es un queso muy intenso, y un tocinillo de cielo, que nunca me ha gustado. La presentación, eso sí, era de premio de arquitectura: un espectáculo. La falsa cereza sí que me gustó y los entretenimientos de mesa, aunque deliciosos, fueron demasiado para mi estómago, que izó bandera blanca y tuve que pedir una manzanilla para aliviar la digestión de tanta comida. De regalo, unos buñuelos hechos directamente en el Paraíso. La nota negativa que podría ponerle a esta cena es lo llena que me sentí al acabar. Bien es cierto que en un sitio así esperas salir sin hambre, pero creo que la cena resultó algo pesada por la cantidad de cremas y espumas que aparecen en el menú. Lo de elaborar una tierra que se convierte en mayonesa o que sepa a mantequilla es cosa de magia, pero en mi opinión aparecen en exceso en el menú. De todos modos, fue una noche alucinante donde disfruté cada minuto.