Mi hermano es bastante alto y espaldón –característica peculiar que siempre le da problemas para encontrar algunas tallas de ropa(normal en el cuello, pero angosta; grande de cuello y extra-grande de espalda). La mayoría de sus años en escuela mi mamá se dispuso a tejernos los sweteres de los uniformes. Una de las razones era– según ella nos cuenta– que así no los perdíamos con facilidad, no bastaba bordarles el nombre por dentro y que cuando los buscáramos en ‘objetos perdidos’ en la Dirección los reconoceríamos de inmediato al verlos de estambre– Su teoría siempre era cierta, creo que además de todo, le salían más económicos y eran más duraderos que los que te hacían comprar cada año las escuelas y cuando digo duraderos es porque nos duraban 2 años mínimo. Los últimos dos años de nuestra secundaria, mi mamá renunció a seguirnos haciendo los uniformes, creo que tenía un punto después de tantos años confeccionándonos de manera personal todo el equipo de Lunes de gala y el uniforme de diario y el de Educación Física– así que fui como tantos niños ‘normales’ y gocé(aunque parezca curioso) ser como los demás y que se me rompieran las mangas y poder colocarme el sweater en la cintura para sentarme en las banquetas a la salida de la escuela y no entorpecer lo que mi mamá con sus valiosas manitas había hecho. Así que –sin culpas– esos 2 últimos años de usar uniforme me dieron una niñez normal(broma), entonces este era el establecimiento que visitábamos después de La Casa del Libro y La Comercial, era el viaje redondo –vieja costumbre familiar– estaba en la zona todo y aquí mi hermano se sentía fenómeno al pedir una talla que le acomodara. En aquellos entonces había una señora que le ajusto un par de sweaters para su espalda, con los años hizo más ejercicio y todo volvió a la normalidad, pero –en mis recuerdos– tener cosas nuevas de ‘un jalón’ para la escuela era toooooda una experiencia, sobre todo porque el resto del año mi uniforme podía parecer casi estropajo sin tanto remordimiento moralmente familiar.
