El San Marqueño

Apenas iban dando las 7 am cuando yo pasaba por ahí. El cielo apenas iba agarrando luz, y yo me entraba en este lugarcito acogedor, con una fachada cargada de frutas, y un interior provisto de todas las necesidades básicas del ser humano, y más.
Esta tienda de abarrotes fue mi refugio en aquellos días. De mañana, como dije, me metía a comprar una torta de jamón (como el Chavo) de esas que vienen en bolsa de plástico; una Coca, y algunos dulces para sobrevivir la mañana. Pero también escogía un par de guayabas o una mandarina de los guacales de la entrada. El lugar es un hermoso híbrido entre recaudería y tienda de abarrotes. (No es el único en su especie y eso es bueno saberlo). Bastaba con avanzar un poco más hacia el interior, para encontrarse con las charolas de pan, las verduras, los refrescos, los detergentes en polvo, el jabón para trastes, etcétera.
Pasar por ahí todavía me arroja el mismo embrujo de detenerme, entrar, comprar y salir. A veces no necesito nada, pero me invento algo con tal de pasar a ver qué hay.