Un día de frío cualquiera, fui a refugiarme a este pequeño, aunque no por ello despreciable, bar. Éramos ocho personas, y con la jarra de cerveza y un par de coca-colas, salimos a un euro y pocos céntimos cada uno. Hasta aquí la historia de la mayoría de bares de tapeo de barrio… Lo interesante de este negocio es la atención prestada por Mari, la dueña de este negocio. Preguntándole por una futura cena, con un grupo un poco más numeroso de los que allí estábamos, nos dijo que, aparte del menú, si teníamos alguna petición culinaria especial(siempre dentro de los márgenes de lo común…), nos lo podía preparar para la ocasión. Además, nos comentó que podían estirarse con el horario de cierre(algo ideal para comensales remolones que deciden donde ir después). Lo malo es que no tienen teléfono fijo para poder hacerles la reserva, pero en seguida te facilitan un movil particular. Buen trato, y buena pinta la que tenía aquella tortilla de patatas que no me decidí a pedir…