Amazonia Tropical

Ayer por la mañana me tiré media hora de reloj hablando con el dueño de esta tienda. No le conocía de nada, pero ya se encarga él de solucionar eso.
Entré en mi incansable búsqueda de accesorios para hámster. En un principio la tienda me pareció algo agobiante, había demasiadas cosas y además el olor era muy fuerte. Pasé hasta el fondo porque vi que allí había productos variados, ya que el 80% de la tienda está dedicada a peces y pájaros. Y, cuando ya estaba a punto de irme por ni siquiera localizar las cosas para roedores, el hombre dejó de hablar con el chico al que estaba atendiendo y me preguntó qué buscaba. Ahí empezó todo.
Me enseñó las golosinas que tenía para roedores, que estaban colocadas tras el mostrador –muy variadas y bien de precio. Me explicó cada una de ellas, las características de sus fabricantes y cómo dárselas a mi animal para que sepa que es algo comestible. Que los animales son como las personas, que a mi hámster no es que no le guste la miel, es que le habré dado unas barritas de una marca concreta que no son de su gusto o son de mala calidad, que es como si yo pruebo un jamón serrano de esos baratos y digo que no me gusta el jamón serrano sin haber probado un buen pata negra. Pero también me contó la receta auténtica de las patatas bravas, que el secreto consiste en escalfarlas antes de hacerlas y añadir al final un toque de cayena. Y cómo dejar de morderme las uñas, haciendo un juego con la ayuda de mis familiares y amigos. Y cómo curar ese resfriado que tienes, ay, toma unos caramelitos de naranja. Y que en esta vida todo hay que probarlo, hasta la comida de animales, así sabes lo que vendes y, por ejemplo, sabes que el pienso para gatos está mucho más rico que el de perros.
Lo más sorprendente es que, mientras me hablaba, no paraba de atender a otras personas que entraron, no sólo comprando, sino haciéndole consultas sobre la carraspera de su gato o la hiperactividad de su hurón. Yo, estaba tan fascinada por su forma de hablar, de trabajar y de explicar hasta la cosa que menos venía a cuento, que no podía ni parpadear. Además, su humor es envidiable, porque no es el típico que intenta ir de simpático ni de gracioso de forma forzada, sino que las va soltando de forma tan natural como su selvática tienda.
Finalmente, cuando me di cuenta de que llevaba media de reloj plantada ante su mostrador recibiendo lecciones de vida animal, vegetal y humana, le di las gracias y me fui toda contenta con mi compra y con mi descubrimiento.
Lo mejor fue que, al llegar a casa y contarle la anécdota a mi padre, él me contestó «¿En Ceramista Ros? ¿Uno con gafas y perilla? Trabajaba conmigo en la fábrica, pero de repente un día dijo „eh, me apetece montar una tienda de animales“ y nunca más volvió». Sublime.