Soy una persona que se deshidrata fácilmente. Necesito estar continuamente bebiendo. Mucho más cuando hago ejercicio. Por eso, cuando juego al fútbol necesito una botella de agua cerca. Cuando empezamos a jugar en Pino Montaño no me hizo falta buscar mucho. Aparqué justo en la puerta de una panadería que me resolvió el problema en un periquete. Porque la primera vez que fui a jugar allí, no tenía ni idea de dónde era el sitio, así que quedé con un amigo(Deivits, va por ti) que vive por allí. Quedamos en que cuando estuviera cerca de su casa lo avisaría, y nos íbamos juntos para la pista. Mientras esperaba que bajase, entré por la botella para el partido, y de paso aproveché para comprar una lata de refresco para hacer más llevadera la espera. La tienda tiene pinta de antigua. De muy antigua. De esas que parecen sacadas de Cuéntame, con sus estanterías antiguas, su mostrador antiguo, y su dependiente de los antiguos. En lugar de una viuda, tras el mostrador hay un hombre bastante mayor. Muy agradable, de esos que les das pie y se ponen a hablar contigo como si te conociese de toda la vida. Al pobre hombre tuve que dejarlo con la palabra en la boca porque mi amigo ya esperaba fuera y llegábamos tarde. Después del partido me volví a pasar por otro refresco, para rehidratarme. Y esa operación, aunque ya sé dónde está la pista en las que jugamos, la repito cada vez que vamos para allá. Porque, cuando algo funciona, lo mejor es no cambiarlo. Y esta panadería me ha servido muy bien las veces que he ido, tanto en lo que iba buscando, como en el trato que me han dado.