Estupefacto me quedé cuando entré en esta relojería por primera vez. No es que sea pequeña, es que ocupa un espacio minúsculo. Espacio para el público con capacidad máxima 2 – 3 personas. Sin embargo, esta relojería tiene un encanto cuya causa aún desconozco. Desde el exterior ves un tímido pero suficiente escaparate cargado de relojes de pulsera de todos tipos y precios, así como de despertadores y alguno de pared. No sé tus gustos, pero para mí ninguno era feo. La primera vez que acudí realmente no fue a comprar, sino a cambiar la pila de un reloj de mi padre que se había parado y últimamente retrasaba bastante. El señor que nos atendió entró un momento en su taller y al salir dijo que de poco podría servir, que tenía el mecanismo muy desgastado. Cambiar la pila sería de poca utilidad, y repararlo costaba igual o más que uno nuevo(era precio pequeño). Si piensas que esto es la típica técnica comercial por suerte digo que no es correcto, fue un «proceso limpio». Posteriormente fui con mi madre a comprar un reloj de estos de uso cotidiano para cada miembro de la familia. Esta vez tanto el dueño como su hijo nos atendieron también muy amablemente, nos recomendaron varios modelos y nos hicieron un precio genial. Y, lo mejor de todo, han sido unos relojes con los que siempre hemos sido puntuales.