Plaza de San Leandro

Hay lugares que inevitablemente, remueven o accionan ese mecanismo extraño, dentro del cerebro que son los recuerdos.
Esto me sucede con algunos sitios emblemáticos de esta ciudad y en concreto este.
Mis recuerdos de la Plaza de San Ildefonso o de La Pila del Pato, como se la conoce por la fuente, están unidos a el olor de la moña de jazmines de mi abuela Maria que vivía en la corrala de la calle Imperial, 9 y al olor de tierra mojada mezclada con el nardo y clavel de sus macetas que yo le ayudaba a regar con una lata clavada a una caña que llenábamos en el pilón de agua gélida del patio de la casa de vecinos.
A la Pila el Pato me traía mi abuela de pequeño a correr, jugar a las canicas, a las chapas y tantos otros juegos infantiles, que como la costumbre de llevar flores naturales o moñas de jazmines, se han ido perdiendo.
El único negocio que aún sigue de aquella época es el ultramarinos Martín.
La farmacia con sus escaparates de vidrio curvado ha abandonado el local de enfrente de San Esteban para trasladarse a la ruidosa pero más transitada y rentable Menéndez Pelayo, que ya al no estar el cine tambien dejo de llamarse La Florida.

He pasado tantas horas en esta plaza, en sus bares, en sus tiendas y sobre todo en sus bancos, que aunque la plaza no sea nada más allá de lo normal y que ni artísticamente ni históricamente ni popularmente sea nada del otro mundo, la plaza me ha dado y me sigue dando momentos esenciales en esta vida.
Estudié en el Instituto Velázquez durante dos años el bachillerato y creo que pase más horas en la plaza que en el recinto.
En esta plaza he bebido cervezas entre clase y clase haciendo que llegara a casa a comer medio contentilla y colorada aunque yo decía que lo que me pasaba es que venía muy agobiada de tanto estudiar.
Viví el robo del famoso pato de la pila. Fui un momento a comprar pipas y bocadillos de tortilla de patatas con ali-​oli en la cafetería del instituto con mis amigos y cuando volví no había pato.
En uno de los bancos de esta plaza me di el primer beso con mi novio de adolescencia y en otro de los bancos lo deje con él.
Cuando hago quedadas con el grupo del instituto seguimos viniendo a esta plaza a recordar esos años y a ver como pasa el tiempo más rápido por nosotros que por la propia plaza.

La Pila del Pato, que es así como se conoce popularmente a esta céntrica plaza flanqueada por el convento de San Leandro, es un oasis de tranquilidad en el centro histórico de la ciudad. La fuente que le da su denominación popular, del siglo XIX, ha estado ubicada en otros emplazamientos de la ciudad como la Alameda de Hércules o la Plaza de San Francisco. El pato en cuestión fue sujeto de un polémico robo en 2003.
Siempre me ha gustado hacer una paradita en esta plaza entre caminata y caminata por el centro. Era punto importante de reunión hace unos años de la juventud mas contestataria, junto a la aledaña plaza de San Pedro. Comprabas una garrafa de «calimocho» en «la Amalia» por «tres duros», y pasabas la noche bebiendo y hablando en sus bancos. Siempre ha tenido una magia especial.
Ahora algún jueves de verano me gusta tomarme una cerveza en Casa Manué escuchando flamenco en directo.

Cuando fui a hacerle la foto no podía creer que en el letrero pusiera que se llama Plaza de San Leandro y no Plaza de la Pila del Pato. A veces creo que el nomenclátor de una ciudad debería adaptarse a cómo suele llamar la gente a los sitios. Si hiciéramos una encuesta en Sevilla estoy seguro de que mucha más gente la conocería por el nombre que le da su fuente que por el convento.
Y es que lo más conocido de esta pequeña pero coqueta plaza es su fuente, que está coronada por un pato que suelta agua hacia arriba y le confiere al lugar ese sonido de paz que sólo saben romper los coches que circulan por allí y la chavalería que cobija cuando, entre semana y en horario escolar, llega la hora del recreo del Instituto Velázquez. Durante esa media hora, de 11:30 a 12:00, será mejor que dejes vía libre porque la muchachada inicia y consigue la colonización en un santiamén.
La plaza de la Pila del Pato es triangular. Además de la pila, lo más señero es un árbol de estos que te recuerdan a Bárbol, de El Señor de los Anillos, y parece que de pronto va a abrir los ojos, a echarse a andar y a hablar con parsimonia desesperante. Tiene pinta de ser centenario por la robustez que demuestra su tronco y la frondosidad sombreadora de sus ramas y hojas.
Algo menos poético y más prosaico son los veladores que la ocupan cuando llegan las horas de sentarse a la mesa. Pero eso no logra restar encanto a la curiosa combinación que conforman la fuente, el árbol y el triángulo de la plaza.