Cementerio de San Fernando

Es difícil escribir una reseña de un lugar así, donde se encuentran tantísimos sentimientos. Lo bueno es que este lugar puede tener dos visiones radicalmente separadas, aunque irremediablemente abrazadas.
Por un lado, el cementerio no deja de ser eso, el lugar a donde venir a despedir por última vez a nuestros seres queridos o a los de los demás. Siempre se piensa que se vienen más veces de las que uno desearía, pero hay que reconocer que funciona muy bien y los servicios que ofrecen al «cliente» son muy completos.
Por otro lado, podemos hablar de cementerio como un lugar repleto de patrimonio artístico, cultural y arquitectónico. Yo he podido venir a conocer su historia y sus secretos más llamativos gracias a alguna actividad que se ha realizado, como una visita teatralizada de Don Juan Tenorio, con un repaso a lo más destacado que podemos encontrar.
Es mucho mejor en el segundo de los casos, sin duda. Venir simplemente por pasear, conocer patrimonio que alberga en su interior y conocer su historia en un paseo calmado, silencioso y curioso sobre este remanso de paz lleno de cipreses es una experiencia muy llamativa. Recomendada, quizá, a los que siempre andamos buscando esa otra Sevilla.

El patrimonio que alberga el cementerio de San Fernando es genial. No siempre se debería visitar por luto, debería ser parte de recorridos que enseñaran lo importante que es este espacio cultural, tanto arquitectónico como social.

El patrimonio que alberga este cementerio debería ser mostrado a todo aquel que este interesado, ya que en su interior podemos observar esculturas de Antonio Susillo y de Mariano Benlliure, ademaás de lápidas de gente ilustre de nuestra ciudad.

He de reconocer que soy muy pero que muy miedosa, y no veo películas d terror porque luego no hay quien duerma.
Sin embargo cuando voy a este cementerio el miedo deja paso a la curiosidad. Es casi un museo al aire libre.
Cuando no voy por la muerte de un familiar o alguien muy cercano (ya que en esas ocasiones la tristeza gana a la curiosidad) mientras vamos acompañando al difunto en su último paseo, voy mirando los enormes panteones familiares que hay a los lados de la avenida principal. Algunos son verdaderos palacetes, e incluso he visto algunos decorados con guirnaldas, no se si para celebrar que se ha muerto o porque querían celebrar algún cumpleaños con el difunto.
Hay verdaderas obras de arte como la escultura a Paquirri, la tumba de Joselito el Gallo, o el Cristo de Susillo, testigo de la triste historia de su creador.
También hay una zona, en uno de los laterales, que es un cementerio musulmán y que tiene su entrada en el lateral del cementerio, creando así dos espacios casi independientes.
Quitando la historia del cementerio y su historia, una vez que pasas las grandes verjas de hierro, vuelves a la vida real y en los alrededores se agolpan los gorrillas pidiendo dinero por aparcar el coche, los tenderetes vendiendo ramos y coronas de flores y los operarios del cementerio con su, a veces, desafortunada normalización de la muerte,
Fuera hay maquinas de café, maquinas de refresco y algún que otro tentempié para hacernos un poco más agradable el mal trago.

Un museo de historia.
El Cementerio de San Fernando arrastra la muerte con la misma belleza tétrica que hay en el rojo pasión de la sangre. Son muy extrañas las sensaciones contradictorias que despierta en los demás, aunque vaya más allá de lo meramente artístico.
Del mismo modo que un Picasso habla también de la época, de la vida y de la excentricidad de su autor, cada una de sus tumbas, hasta la más humilde, lleva consigo la memoria de algo que ocurrió, de un trozo de lo que hoy es Sevilla. Impresionante visión del final. Sin duda, uno de los lugares más hermosos de la ciudad.
Avanzando por la avenida principal, resguardado entre las sombras de los altos cipreses y los graznidos de las palomas, se alza la glorieta de Antonio Susillo. Famoso escultor del Siglo XVIII, pasó los últimos años de vida labrando el Cristo que ahora abandera su tumba. Obsesionado con él, después de acabarlo, se dio cuenta que había tallado las piernas cruzadas al contrario de lo que mandaban los cánones de la época. Fue tal su desolación, que se suicidó. Así, lo enterraron bajo el Cristo, como homenaje al artista. Días después, comprobaron que de los ojos de la talla se derramaban dos lágrimas amarillas. Cuenta la leyenda que la obra, angustiada por el trágico final de su labrador, lloraba de pena.
Sin embargo, se descubrió años más tarde que habían anidado en el Cristo unas abejas, que lo habían elegido para fabricar su colmena. Las lágrimas eran, en realidad, gotas de miel. De ahí el nombre de este imponente mausoleo natural. El Cristo de las Mieles.

Lugar de reunión donde los haya. Todos, tarde o temprano, más por desgracia que por suerte –aunque esto depende del punto de vista, y en esta vida hay gente pa tó-​, terminamos viniendo al menos una vez en la vida –y no tiene por qué coincidir con el día de tu entierro, precisamente-.
Yo recomiendo, seria y encarecidamente, que esa visita obligada al cementerio San Fernando de Sevilla la hagas antes de espichar, por darte el gustazo de ver las maravillas, las verdaderas obras de arte, que el camposanto sevillano acoge en su seno. Porque una vez que estires la pata, ¿a quién se lo vas a contar? Ya no es lo mismo, como te diría yo, te coge más a traspiés, no sé como explicártelo.
Además, ¿y por qué no? ¿A qué viene ese yuyu a estas alturas de la vida?
Insisto, hay que ir, y ahora, vivito y coleando, que es cuando mejor lo vas a ver. Déjate de tonterías y, un diíta, así de solecito, te plantas allí y verás lo que vas a disfrutar. Nada más entrar, a mano izquierda, tienes el famoso mausoleo del torero Joselito «el Gallo», una maravilla de escultura en bronce y mármol del escultor Mariano Benlliure que estarás harto de ver en fotos y que puedes ver así, en vivo y en directo.
Si sigues por esa avenida principal, a izquierda y derecha puedes ir contemplando estupendos mausoleos y panteones que derrochan, sobre todo, ese barroquismo tan propio de los sevillanos. Y casi al final, llegas al Cristo de las Mieles, escultura de Antonio Susillo, que debe el sobrenombre de las Mieles a que un buen día, del pecho y la boca del Cristo, comenzó a manar miel, milagro que se debió al arte y gracia de unas abejitas que no encontraron lugar mejor para construir su colmena.
¿Ves como es todo muy interesante? ¿A que te lo estás pasando de muerte? Si es que es mejor venir ahora. Así, vas conociendo el terreno, y te van sonando las caras y las cosas, por si algún día, ¿quien sabe?, tienes tiempo y te decides a hacer una visita más larga por aquí, o te vienes una temporaíta.

cementerio de san fernando. tiene la comodidad de tener el tanatorio justo al lado y el desplazamiento de el tanatorio al cementerio se puede hacer a pie. en el se encuentran los mausoleos y monumentos recordatorios de muchos toreros y cantantes. en sus alrededores encontramos puestos de flores. tambien dispone de una parte de cementerio musulman orientado a la meca. la foto es una escultura homenaje al torero joselito el cual esta enterrado en el cementerio de san fernando