Carlos Baena entra en la categoría de lo que yo suelo denominar«sitios de padres». Y cuidado, esto no es ninguna ofensa, sino todo lo contrario. Y es que hay días que uno se levanta poseido por el espíritu de sus progenitores y está hasta las narices de mini bocados gourmet de largos y espirituosos nombres… Hay días que a uno lo que le apetece es una buena cacerola de arroz o unas croquetas de tronío sin más contemplaciones ni adornos en el plato… Y esto lo cumple con creces Carlos Banea. Desde inicios de los 90 sirve en su apartada localización, paralela a la Diputación, frente al barrio de San Bernardo, unos arroces de infarto. Dos tiene la carta, el de caza(con perdiz) y el marinero. Y ambos están para quitar el sentido. Aunque yo me inclino más por el de perdiz, con su buen manojo de tomillo, que al abrir la olla te inunca la nariz de aromas. Meloso, contundente, con todo el concentrado de sabor. Muy buenos también su salmorejo, su ensaladilla, sus albóndigas de chocos, la ostras muy frescas. Todo sin trampa ni cartón y con unos precios nada disparatados. Ofrece la posibilidad de tomar también tapas y medias raciones en la barra e incluso sentado si no hay mucha gente en el restaurante. La decoración? De «padres» también, faltaría más… Por cierto, tiene una terraza maravillosa para las noches de verano, en la que hay que reservar si no quieres quedarte sin catarla.
Pablo G.
Classificação do local: 4 Sevilla
La primera que vez que vine al Carlos Baena nos trajeron mi hermano mayor y su mujer, abogada para más señas, al igual que María Ángeles Baena, la dueña del 50 por ciento del negocio. El otro 50 por ciento es de su hermano Juan Carlos –también Baena, obviamente-. Fue una reunión de las que solemos hacer los Jueves Santos. Nos juntamos, como viene siendo costumbre, el ciento y la madre, unas veinticinco personas. Y con niños, para que no falte de nada, con edades comprendidas, por aquél entonces, entre siete y un año, que no paraban ni un momento. Nos acomodaron en el salón de la primera planta, sólo para nosotros. Allí estuvimos de diez. Y ya puestos a poner nota, ahí voy. Atención, de diez. Comida, de diez. Precio, de diez. Cuando vengas, comprobarás estas calificaciones. Y no te voy a recomendar nada, porque todo está buenísimo. Bueno, hay dos cosas que no puedes dejar de probar: las albóndigas de choco y el crujiente de langostino. Bueno, y el lomo al oloroso. Y ya no digo más. Y el arroz con perdiz, y punto, ya está, no me tires más de la lengua. Como este restaurante está lejos de toda ruta de bares y restaurantes, vamos que hay que venir expresamente a él, con premeditación y alevosía, es un placer sólo para algunos elegidos. Se está de lujo. Y donde se está de lujo, según me han contado, es en la azotea, que la han preparado como terraza de primavera-verano, para disfrutar del aroma taurino del barrio de San Bernardo, a un lado, y la fragancia de mil flores de los Jardines de Murillo, por el otro.