Si hay algo que no soporto en esta vida, eso es esperar. Siempre tengo que estar haciendo algo con las manos. Desgraciadamente, cuando se va al médico(aunque sea para hacer una valoración), siempre toca esperar. Así que ahí andaba yo ese viernes, perdido en Sevilla Este, aburrido, dando paseos y sin nada que hacer. Encima, me entró un hambre voraz. Algo alejado de donde se hacen los reconocimientos médicos, haciendo esquina, dí con la solución a mi problema. Con una cristalera opaca, y un nombre sugerente, se alzaba ante mí la hamburguesería Capri. Así que iba a matar dos pájaros de un tiro: iba a tener algo que hacer con las manos, y de paso mataba el gusanillo que me estaba entrando en el estómago. Así que no me lo pensé. El local por dentro es pequeño. Mucho más de lo que parece desde fuera. Dentro no hay sitio donde sentarse, es sólo para encargar la comida. Tampoco me importó mucho, el día estaba bastante bueno, y no iba a ser un despropósito sentarme en los veladores. Miré encima del mostrador, donde estaba la carta de lo que tienen, y sus correspondientes precios. «Si la hamburguesa se parece a la que está en la foto, está tirado de precio», recuerdo que pensé. Así que, efectivamente, pedí una hamburguesa. Mientras esperaba(tampoco fue mucho, a mediodía no había demasiado movimiento), el hombre de detrás del mostrador me estuvo dando cháchara. Me pareció un tío simpático. Luego me senté al solecito, disfrutando de una hamburguesa enorme y una lata de refresco, mientras esperaba que me llamasen para ir a recogerlos de la exploración médica. No sé el rato que pasó, pero no se me hizo muy tediosa. Y es que al fin y al cabo, las esperas con buena comida, son menos.