Cajasol

¿Qué puede tener de especial una oficina de Cajasol sobre otras? Pocas cosas excepto que es a la que suele ir una misma. Durante un tiempo trabajé en Sevilla Este y fui continuamente a la oficina que está en la famosa Avenida Emilio Lemos. Situada en los bajos de unos soportales, haciendo de esquina, allí compite, en una calle en la que fácilmente puedes encontrar otros seis o siete bancos o cajas. Todas juntitas, inocentes ellas.
En la parte exterior tienes tu cajero de rigor. Por cierto, no le tengo demasiado aprecio porque no fueron pocas sino bastantes las ocasiones en que fui y no quería comerse mi tarjeta porque estaba sin hambre, o más bien, sin dinero. O estropeado, que para el caso es lo mismo. Menos mal que, entrando por la primera puerta, tienes otro a tu izquierda. Éste sí suele ser algo más serio, aunque también me ha ocurrido alguna vez que no me ha funcionado tampoco.
Llegados a este punto no te queda más remedio que guardar, con espanto, la cola. Mejor que no sea primeros de mes porque si lo es te encontrarás con una marabunta de señores mayores que, cartilla en mano, van a sacar dinero o simplemente a comprobar que se lo han ingresado. La mujer de turno hace lo que puede, lo sé, pero a veces la espera puede ser realmente insoportable. Sería genial que Cajasol sacara una campaña de información seria donde se dijera a sus usuarios lo siguiente: «señores, no hace falta que todos vengáis a consultar vuestro saldo, podéis hacerlo por eso tan moderno que se llama Internet».
Me consuelo con pensar que más de una vez he canjeado aquí mis (pocos) soles para conseguir alguna entrada de cine. Lo sé, el que no se consuela es porque no quiere.