Hotel Labrador

He estado en un par de ocasiones aquí, en ambas como invitada de una boda. La primera fue hace unos tres años, en verano. Lo que más me gustó fue el jardín tan grande que tienen donde se suele dar el cóctel inicial, con camareros pasando con bandejas llenas de bebidas y aperitivos. Se está muy a gusto al solecito, en un entorno bastante agradable donde hacer fotos bonitas, aprovechando que has ido a la pelu y vas súper moni.
La comida me gustó, en esa ocasión los novios no eligieron un menú de delicatessen, sino más bien comida tradicional y contundente, pero estaba rico.
Esta segunda vez he estado en la boda de unos amigos, en diciembre, pero con un día de sol espectacular. No disfrutamos tanto del jardín, aunque sí cayeron unas cuantas fotos en él, y algún que otro paseo. Esta boda la hicieron tipo cóctel completamente, sin las típicas mesas donde te sientas según un esquema que hay en la puerta. Era un salón amplio con varias mesas pequeñas y sillas de distintos tipos distribuidas de manera informal por todo el espacio, y cada uno se sentaba donde quería o se quedaba de pie, o se salía al jardín. Freestyle banquete. Había una mesa con distintos tipos de quesos y panes que me enamoró. Otras mesas donde iban sacando arroz con bogavante (muy rico, aunque no encontré el bogavante), migas, o cuencos con pescado y chipirones.
Mientras tanto los camareros no dejaban de pasar con canapés fríos, aperitivos calientes, brochetas de pescado y gambones y sorbetes. En lugar de tarta, unos cupcakes que estaban bastante buenos.
En general me gustó, el salón era muy agradable, la comida estaba rica, y me pareció bien eso de que cada uno comiese de lo que quisiera, en lugar del despilfarro de comida que hay normalmente en los menús de bodas.

Segunda boda que celebro en este Hotel (de amigos, no mía, que no soy como Ross) y en las dos ocasiones he estado muy a gusto. Puede que la comida no sea la más sofisticada, pero es un sitio bonito y agradable.
Y es que creo que es su punto fuerte: la decoración y el estilo tan agradable que se han currado, con fuentes, jardines y zonas por las que da gusto pasear, fumar o caer rendido de alcohol.
Estuvimos en un salón del que no recuerdo el nombre, pero que era muy grande y en el que el concepto de comida era diferente al habitual, ya que era todo picoteo, de pie o sentado, pero sin mesas, para poder comer charlando con unos y con otros. La verdad es que me encantó y nos pusimos tibios de comida y bebida.
Los camareros, amables, aunque en su mayoría parcos en palabras, estuvieron atentos toda la noche.
Así pues, visitad el Hotel Labrador si os gustan los jardines bonicos y los camareros asépticos.