El otro día volvía de camino a casa después de un par de gin tonic y, si bien fui capaz de superar mi adicción a otros sitios de burritos que hay un poco más arriba, al llegar a la altura de I Love Burrito’s no pude evitar sentir la llamada de mi tripa pidiéndome algo de comer para procesar la ginebra. Así que paré un momento en este reducidísimo establecimiento de burritos, que es poco más que una puerta a la calle, y que lleva alimentando a los asiduos a San Vicente Ferrer desde tiempos inmemoriales. Pedí un burrito normal, un poco picante. Y la verdad es que no voy a mentir, el lugar me decepcionó un poco. Casi todo está precocinado, así que se limitan a ponerlo en una tortilla de burrito, meterlo al microondas, calentarlo un poco, doblarlo, y andando. No es que la competencia sea muchísimo mejor, pero he de decir que les ganan en cantidad de ingredientes, preparación, pinta y –sobre todo– en sabor. La mayonesa de chipotle hace maravillas, y aunque aquí la salsa de cayena no anda mal, lo cierto es que después de terminártelo no te apetece otro, como me pasa siempre que voy a otros lugares. Mala señal.