Vaya por delante que, como residente en Madrid, nunca he tenido la necesidad(ni la oportunidad) de alojarme en el Hostal San Blas. Pero no puedo, por menos, que declarar mi fascinación por este lugar, y lo digo totalmente en serio. Creo que, de todas las veces que he paseado por la Calle de Atocha, no ha habido ni una sola en la que este pequeño hostal no haya atraído mi atención durante un buen rato. ¿Por qué? Porque la entrada a este hostal es absolutamente espectacular, y bien tentado estoy de incluirlo en la categoría «Único en la ciudad». El edificio está presidido por un par de columnas grecorromanas que dan paso a una especie de hall en el que la pared es un trampantojo en sí misma: desde lejos dirías que es mármol pero no: se trata de una pared pintada que, por si esto fuera poco, no renuncia al gotelé. A ambos lados, varios detalles de índole también grecorromana. Todo esto lo corona un enorme cartel de néón rojo en el que se puede leer«Hostal San Blas». Y se lleva tres estrellas porque estoy en un absoluto sinvivir: mi corazón me dice que debería plantarle cinco y dejarme de tonterías, que bien merecidas se las tiene una decoración como esta. Mi cerebro dice que en realidad, este decorado cartón piedra es excesivo, y que se pasa de kitsch. Pero la realidad es que no puedo dejar de mirarlo cada vez que paso por la puerta, e incluso una vez saqué fotos. No lo pude evitar.