Acabé aquí un día por casualidad después de que me picara una avispa en el brazo, en pleno verano y con un sol de justicia. Fue la primera farmacia que encontré, desesperada que no hacía caso de mis amigos que querían o echarme barro o otras cosas para bajarme la inflamación. La señora que me atendió se ganó aquel día el cielo. Porque entre el sofoco que tenía yo y el barullo que montaban mis amigos, aquello en vez de una farmacia parecía una sala de recreativos. Me dio un potingue que ella misma me aplicó como con una cataplasma y en un momento se me bajó el bulto. Me explicó lo que debía hacer con el ünguento, pagué y salí muy agradecida.