Cuando en un sitio de playa te llevan a cenar a un restaurante del pueblo te das cuenta que es de los de siempre, de los que tienen solera. La terraza de la pizzería Passadis está siempre hasta la bandera, pero si vas y no queda hueco, puedes comer en el salón de dentro, que con el aire acondicionado se está fresquito. Nada más entrar, a mano izquierda, está la cocina, donde las simpáticas cocineras no paran de amasar, montar y cocer pizzas. Huele de maravilla. Sigues un «passadis» que pasa por la puerta de los baños y vas a desembocar al salón comedor, bastante grande, pero para mi gusto, con las mesas muy juntas. Vamos, que tiene bastante aforo y tan solo es atendido por un jovenzuelo que, pese a hacer lo mejor que puede, queda un poco insuficiente para tanto comensal hambriento. ¡En meses de verano tómatelo con calma, Unilocaler! La carta es de tapas, ensaladas, platos italianos y pizzas. Pedimos tellinas y clóxinas, muy ricas. Uno de mis amigos se pilló una lasaña boloñesa que no pudo con ella. Para que os hagáis una idea, la sirven en una cazuelita de barro de unos 20 cm de diámetro. El resto nos pedimos pizzas, que son de masa fina y durita, y de un tamaño individual que para la Guindi, que come como un pajarito, le resultó insuficiente. Cerveza de grifo de Amstel, tercios Mahou, Amstel y Heineken. Los refrescos son tamaño americano.