Me gusta mucho parar con el coche cuando voy de viaje, pero mucho. Y así entre campos, zonas verdes y descampados de vez en cuando –sobre todo en carreteras convencionales– aparecen sitios super interesantes a la vez que únicos, iguales. El Cortijo es un espacio que se detuvo en el tiempo hace muchos años, pero no demasiados, el tiempo justo para que aún luzca vestigios de los 80 y quizá algo de los 90. Lo mejor fue la conversación con el camarero que despierto súbitamente de su hibernación a causa de la falta de clientes, nos proporcionó una disquisición personal en forma de monólogo cuasi soliloquio sobre todo tipo de cosas. Dese carreras de coches y los cohces mismos –afirmaba haber sido probador profesional de Porche – , de fútbol, de las deudas, la luz, el gobierno, de salir de cañas y copas. He decir que que en la barra disfrutaban corriendo algunas hormigas pero me dio igual. Además, nuestro amigo el camarero de muy alta miopía –más que la mía– disimuladamente trataba de apartarlas con grácil gesto y paño de limpieza. Había también una pequeña colección de «cookies» y «sweetpops» caseros que evidenciaban la reciente afición de alguna de las personas que, supongo, poblarían en algún momento otras estancias del local. La sección de recuerdos era más museística y de gabinete de curiosidades –del horror – . Experiencia impagable, el café… en fin, café de carretera. No sé si volveré a pasar por aquí pero oye, fue genial.