Forn Colón

«Socorro!!! Ya no esta mi amiga de las sonrisas.»
Esta atendiendo en el local de la calle Rogent en el mismo horario. Respiro profundo y aliviado. Y aún mejor porque tienen un par de mesas para degustar y hablar con mi dependienta favorita. (dependiente, yo).

Fui al Forn Colón expresamente para hacer esta reseña después de haber leído y oído varios comentarios positivos sobre él…, y después de pasar por delante unas cuantas veces.
En realidad, me gustan los sitios en esquina: aprovechan las dos calles (Rogent y Rosselló), tienen dos entradas y eso hace más abierto el local. El local es pequeño pero bien aprovechado –con sus dos vitrinas, su nevera con pasteles, sus cuatro sillas para hacer tu croissant– y, sobre todo, acogedor gracias a la amabilidad de la chica.
Aquí se ha hecho la multiplicación de los panes y las pastas. Tienen unos panes redondos que parecen salidos de la Biblia, brutales, ancestrales. Las pastas, un poco las sospechosas habituales, pero cuidado, no se os ocurra pedir un donut -¡anatema!- sino un Roki made in Forn Colón (mmm…, bueno y consistente). También tenían unas palmeras descomunales.
Tranquilidad y buen ambiente, palmeras, dulces rokis, sonrisas femeninas, panes bíblicos… ¿Será esto el paraíso o el Nuevo Mundo (de las panaderías), oh, Colón? Repetiré próximamente.
(¡Y atención al horario!)

Otra panadería de mi ruta sentimental. El forn Colón fue una de mis preferidas en los años en que el noviete vivía en el Clot. Cuando quedábamos por la mañana, solíamos comprarnos aquí las pastas para desayunar y nos hacíamos un cafelito en su casa. Tan ricamente. Hasta que se acabaron las visitas al barrio y con ellas, los croissants y las ensaimadas mañaneras.
Aún hoy, cuando paseo por el Clot y paso por delante del Forn Colón, no puede resistirme y entro a comprarme una bolsita de croissants o una berlina (que es el nombre de pila de los donuts), me la llevo a casa y me hago un café. Todo sigue estando tan bueno como siempre.