Café de la Fuente

Cuando entré a este Café con Piernas (piernas no es lo único que se muestra y el expreso bien puede caber en un dedal), me fue imposible no recordar la anécdota de una amiga que sin trabajo se presentó al casting de uno de estos lugares, se probó la ropa, fue aprobada, pero no aceptó por vergüenza. Lo recuerdo entre risa al saber que ahora es evangélica. Pero volviendo al asunto, nos encontramos con un sitio oscuro, como es de prever, donde unas luces de colores hacen su pequeña danza. La música suena fuerte y apenas puede una de las muchachas (son 2) oír mi pedido. La otra chica, también en minúscula lencería, está sentada jugando con su celular. Hay frente a uno, y de espaldas a ellas, un enorme espejo en el que uno puede apreciar sus atributos.
Las chicas están bien para el lugar, son generosas de cuerpo y parecen derrochar simpatía. Cuando entra otro cliente, la del celular se para y habla un poco con él. El tipo la invita una cerveza (acá las cervezas están a temperaturas infernales, y la lata de medio cuesta $ 2.500), y esa es la llave con la que la muchacha puede salir de la barra y bailar un reggaetón lento junto al cliente, que desde ya tiene el derecho a sobajearla.
A 5 minutos de haber entrado, el ambiente se vuelve enrarecido, se percibe un olor a sexo femenino por todas partes y una humedad ambiental insufrible hace que uno transpire a borbotones.
Apuro mi taza de café (el dedal, como le llamo yo cariñosamente), y me despido de la cajera, que ha mirado apática toda la escena (quizá cuantas veces ha visto esta película), mientras la muchacha de grandes senos sigue sobajeando el cuerpo de su amable invitador.