Boleccionistas

Uno de mis compañeros de educación básica, por allá por los albores de 1994, coleccionaba boletos y se la pasaba agachándose a ver si aquel papel en el suelo era un boleto, y si lo era, si le servía para su colección. Otro tanto ocurría con mi hermano menor. Tarea que me parecía horrorosamente inacabable y, por lo tanto, estéril.
Es por eso, quizá, que al ver a este grupo de personas, como ensimismadas, pero abiertas a contarle a un extraño lo que significa la organización y cuáles son sus fines, es inevitable no sentir una suerte de ternura por el pasado, por esa tarea imposible que ellos emprenden sin ningún tipo de ambición.
Acá son los boletos, la reunión, la admiración y nada más. Los cargos que portan, no tienen peso para ellos mismos, son meras designaciones y nada tiene que ver con el asunto que los une.
Los coleccionistas de boletos, los «boleccionistas», no llaman ni intentan llamar la atención en ningún aspecto. Pero al fijón, al paseante atento, al mirón, a ese, no le es indiferente y ellos siempre tienen una buena charla o alguna historia de boletos de esos que uno tuvo en la mano, pero jamás lo supo cómo nacieron, se difundieron y desaparecieron.
Desde acá la invitación es que se acerquen a descubrir este único rincón en Santiago.

Siempre que pasaba por este Galpón del Bío veía este local vacío hasta que, por fin, los vi a todos reunidos, nada más ni nada menos que los «Boleccionistas» en pleno. Estaban con sus álbumes de boletos; conversando, analizando, comparando.
A penas vieron mi interés, me invitaron a hablar con ellos y me contaron todo de todo. Como que se reúnen hace 20 años, pero se constituyeron legalmente desde el 2008 bajo el nombre de «Agrupación de Coleccionistas de Boletos, Boleccionistas» y su presidente es Don Héctor Peñafiel. Además, se realizará un Encuentro Nacional el sábado 2 de agosto y me dejaron muy invitada a asistir.
También me contaron que el boleto más antiguo es el de los Carros de Sangre (coches tirados por caballos que circularon entre 1880 y 1920) y los más caros pueden llegar a costar $ 6.000, aunque ellos no venden, sólo se juntan a intercambiar sagradamente cada sábado entre las 12:00 y las 17:00 hrs., incluso se juntaron después del terremoto del 2010 (un cartel reza: «Si no estamos aquí, búsquenos en la Cafetería ‘El Lusho’ /​Placer 625»).
Un datito: Tienen una pecera con miles y miles de boletos repetidos que puedes llevarte como recuerdo.
Un bonito gesto tuvo Don Leonel que me regaló unas tapas bolivianas al contarle que yo también era coleccionista, pero de tapas… Boleccionistas de corazón y de buen corazón!