Basílica de María Auxiliadora y San Carlos

No importa cuánto lo intente porque no hay foto capaz de transmitir la belleza de este lugar. Lo descubrí por casualidad una tarde que caminaba con una bolsa del supermercado en cada mano. Debo haber tirado los tomates y los paquetes de yerba al piso cuando vi las luces de colores que el sol atraviesa en sus vitrales y la magnificencia del techo abovedado, pintado de azul y lleno de estrellas que se complementan con adornos arabescos de miles de flores.
De afuera no dice mucho pero sus 67 metros de largo por 27 de ancho me dejan sin aliento cada vez que la visito. Tiene un pasillo principal y dos secundarios pero los tres confluyen en el «altar privilegiado» a donde se llega subiendo dos escaleras de mármol. Una vez arriba se puede observar la basílica en su esplendor, incluido el órgano gigante arriba de la entrada.
Hay arañas colgantes con tulipas de cristal de Murano, columnas de 15 metros de altura de color rojo ladrillo y beige y mucho, pero mucho mármol.
El dato curioso es que el mismísimo Carlos Gardel cantó en esta iglesia siendo parte de un coro de niños pero desde que el mundo se enteró que aquí bautizaron al Papa Francisco I el boom de turistas copó el barrio.
Si se deciden a conocerla, intenten evitar ir los días sábados a la tarde porque hay bautismos y es difícil caminar y no interrumpir. Pero no se la pierdan, no importa la religión que profesen; yo les aseguro que en Europa no hay una iglesia tan linda como la de mi barrio.